Desde hoy y hasta los primeros meses del año todas las familias deberían entrar en un proceso serio de meditación, dedicándose a pensar qué tipo de gobierno quieren para ellos y sus hijos los próximos años. Las instituciones que tenemos son rezagos de la época medioeval, por eso los actuales presidentes se creen virreyes, como en los tiempos aquellos en que esos títulos nobiliarios se compraban por las mejores familias o se usurpaban por piratas y ladrones que imponían su voluntad a la fuerza contra mujeres y hombres desarmados e ignorantes. “El virrey, como representante personal del rey de España, era recibido en América con toda solemnidad, contaba con una guardia personal y era acogido con un palio, que era un privilegio del Rey y del Santísimo Sacramento”, como puede leerse en las crónicas antiguas. Ellos eran jefes civiles y militares, y controlaban la justicia y el tesoro real de las colonias.
Los cambios que se dieron fueron muy pocos después de haber alcanzado la liberación de estos territorios de ultramar, pues la figura de los Presidentes establecida después de los virreyes, se rodeó de tanta pompa y poder que en nada se diferencian hoy en día. Lo que nosotros conocemos como repúblicas democráticas son organizaciones políticas manipuladas por los herederos de los antiguos jerarcas coloniales y de los nobles o militares que rondaron por estos territorios. Por eso hay apellidos que en vez de desaparecer se consolidan. Eso se nota más en tierras como las de Bogotá y Cundinamarca, Bolívar, Cauca y Valle del Cauca, donde los rancios abolengos no han desaparecido. Por eso los grupos políticos con más reconocimiento se han afincado en las zonas industriales y comerciales más importantes.
En esas parcelas se mezclan la política y los negocios, porque el ajetreo público no se puede hacer sin financiadores ricos. De allí que haya familias especializadas en tener senadores y representantes apalancados por las fortunas de sus parientes, que se dedican en Bogotá y otras regiones a conseguir contratos y puestos importantes para su parentela y sus áulicos, por lo cual nadie los mueve del poder político. Tales sociedades regionales entre negocios y política se suman al poder nacional apoyando al candidato más fuerte o en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales al aspirante que más cosas les ofrezca por sus votos. Y así se puede ser Presidente sin la menor capacidad administrativa.
Por eso no hay que votar en blanco, lo que favorece a los poderes ocultos de los partidos burocratizados, ni marcar mal la tarjeta electoral que anula el voto del ciudadano. El voto en blanco sirve cuando la mayoría de los electores se ponen de acuerdo en deslegitimar a los aspirantes para que no puedan volver a presentarse, pero un millón o dos millones de votos que se depositan en blanco en una elección nacional servirían más a la democracia identificando a un partido, el que mejor represente los intereses populares y hacerlo por el partido, no por personas. Por eso, si hay dudas sobre los candidatos al Congreso hay que marcar el logo del mejor partido, con el grupo de personas que más comprometidas para defender los derechos fundamentales y la paz de Colombia, porque no se puede construir patria sobre las ruinas que dejan el odio y la guerra.
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