El Congreso es la primera rama del poder público. El lugar de honor no le corresponde a la Rama Ejecutiva, pero en Colombia, como en otros países, creen que manda más el que reparte puestos y contratos. Esa sí es tarea del ejecutivo, aun cuando en el Congreso también se hacen esas mismas cosas, pero a menor escala. El Congreso debería ser el poder más ético de todos, porque es el representante del pueblo. Ellos “deberán actuar consultando la justicia y el bien común”. Pero desde el Congreso salen las peores leyes para defender a los menos favorecidos. Es allí donde incluyen en las leyes los más grandes negocios para los capitalistas y empresarios.
De allí que quienes ostentan el número uno en las listas de partidos y movimientos deberían ser adalides de la honestidad, de su lucha por el derecho a la paz, por el derecho a la salud por el derecho a la educación y por el empleo, como soportes de una mejor calidad de vida para todos. Pero poco se les oye hablar de esos temas y, por el contrario, sus voces solamente alertan por las malas acciones de otros y no por las propias, por los errores de los demás y no por los que ellos cometieron.
La ética no parece ser una de las preocupaciones de los Congresistas ni de muchos de los que aspiran a esa elección. Ellos no entienden que Mientras las leyes se usan para gobernar, la ética actúa como un sistema de auto gobierno para mantener la solidaridad entre los seres humanos y el equilibrio de la sociedad. Las comunidades han desarrollado características del hombre (o mujer) buenos: son pacientes, perdonan, aman, son generosos, respetuosos, honrados, sensibles, amables y fraternos ante el sufrimiento de los demás. Esos no son precisamente los rasgos de un Congresista y, por el contrario, la mayoría de ellos son soberbios, ególatras, presuntuosos, petulantes, preocupados por sus propios intereses y no por los intereses del pueblo.
Nuestro voto, entonces, debería ser por quienes reflejan esas virtudes y propósitos populares, porque es en el pueblo donde se encuentran las virtudes más maravillosas entre ellas la justica, la fortaleza, la prudencia y la generosidad. Y esencialmente, podemos decir que no hay nadie más honrado que un pobre.
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