A los banqueros se les hacen muchas críticas, especialmente en tiempos de crisis. La mayoría de ellas injustificadas, porque se confunde la cantidad de dinero que manejan con las utilidades de los bancos, obtenidas por efecto de las muchas actividades que ellos desarrollan en cumplimiento de su objeto social. Obvio, los bancos no son entidades sin ánimo de lucro y es allí donde el Estado debe intervenir para que, sin menoscabo de su autonomía y sin afectar la libertad de empresa, sus ganancias obedezcan a planes de desarrollo concretos, cumpliendo el rol de entidades eficaces y eficientes dentro del sistema financiero nacional e internacional.
Cada que el hombre enfrenta una crisis con efectos devastadores, aplica soluciones de crisis y afirma que eso no volverá a pasar; pero pasa. Y todo porque no se tiene en cuenta que las causas de las crisis son diferentes, a veces fortuitas, en ocasiones por “desequilibrios macroeconómicos agudos, endeudamiento público y privado excesivo, fallas en la supervisión de los bancos, prácticas no ortodoxas de los banqueros y fragilidad del sistema financiero”, según los expertos.
Y lo primero que se les ocurre a algunos es mirar hacia los miles de millones que manejan los bancos, como si esa plata fuera de los banqueros, y no de todos los habitantes del territorio, o extranjeros, que han confiado en su solidez y en sus instituciones para guardar allí sus ahorros. Y la equivocación puede surgir de los balances donde se muestran las utilidades generadas por el sistema financiero, que no aclaran cuánto cuesta el sistema, cuántas personas emplea, y si sus actividades generan costos ineficientes. Hoy es urgente que se acaben las colas tanto en el sector público como en el privado y los primeros que deben modernizarse son los bancos. Para ellos las tecnologías de la información y las telecomunicaciones, son causal de supervivencia o extinción.
A los banqueros hay que exigirles el máximo de ética en el manejo de los asuntos que les competen. Y no los pueden obligar a prestarle a quien no tiene garantías. Si hay desviaciones graves deben ser sancionados fuertemente. Debe existir una justicia financiera rápida que proteja los bienes de los ahorradores, que no permita que se desaparezcan inversiones cuantiosas o se hagan desvíos de recursos que deben indemnizar la falta cometida. Que no haya prescripciones, ni juicios infinitos. Pero si los banqueros son honrados y hacen la tarea como corresponde hay que apoyarlos, previniendo cualquier perturbación del sistema a través de autoridades fuertes que ejerzan las funciones de inspección, vigilancia y control, dentro de principios de moralidad, economía y mucha transparencia.
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